El desarrollo sustentable desde la perspectiva de género

Los enfoques críticos reconocen que las perspectivas tecnocéntricas y ecocéntricas han contribuido al conocimiento de los sistemas biofísicos del planeta y al desarrollo de biotecnologías y tecnologías apropiadas, así como al cuestionamiento de las medidas centradas principalmente en el mantenimiento de los sistemas naturales. La premisa de estos enfoques se basa en remontar los límites que la naturaleza5 impone al crecimiento económico, pero sin cuestionar el modelo de desarrollo en que tales políticas se insertan. Los planteamientos dominantes sobre el tema del desarrollo sustentable son el “mayor hincapié [que] se le ha otorgado al entendimiento y a la instrumentación de los medios para alcanzar la sustentabilidad, mientras que, como Arizpe (1991) lo ha subrayado, menor atención se le ha prestado a contestar las preguntas de quién usa qué recursos y por qué dichos recursos son utilizados de una u otra forma”.

Desde el enfoque tradicional de desarrollo sustentable, las dimensiones sociales no ocupan un lugar preponderante y son percibidas y tratadas como problemas. Esta percepción ha originado que las políticas e iniciativas ambientales se debatan como realidades separadas: o se cumplen los objetivos de conservación o los del mejoramiento de las condiciones de vida de las comunidades. Tal dilema expresa la necesidad de crear una nueva visión del desarrollo que considere la estrecha relación entre los aspectos ambientales, económicos y sociales. Su construcción requiere, en primer lugar, del reconocimiento de los resultados negativos que ha generado el modelo de desarrollo, expresados en la degradación y deterioro del ambiente y, en el ámbito social, en la desigualdad que prevalece entre mujeres y hombres, entre clases sociales, etnias, generaciones y países. En segundo lugar, una nueva visión del desarrollo implica, necesariamente, una mayor conciencia para lograr un desarrollo sustentable que tome en cuenta las condiciones de desigualdad social.

A partir de los cuestionamientos de los sectores críticos y en particular de las y los académicos que han profundizado en el análisis de la relación entre las sociedades con su entorno natural, se plantea “concebir la sustentabilidad como un conjunto de estrategias interconectadas que necesitan ser construidas en los niveles micro, meso y macro, con objeto de poner en marcha procesos de transformación económicos y sociales sustentables”7 . En esta idea de la sustentabilidad y el énfasis sobre quién usa los recursos, cómo los usa, por qué y para qué, se ubican los aportes más clarificadores del binomio sociedad-naturaleza, y principalmente los que se basan en la perspectiva de género.

El género como categoría de análisis y como metodología de trabajo En el debate sobre el uso del término desarrollo sustentable se incorpora también el de la interrelación mujeres y medio ambiente, del cual existe una amplia producción de estudios e investigaciones que ha originado diversos modelos interpretativos. Los planteamientos que se inscriben en la línea género y medio ambiente surgieron precisamente de las revisiones críticas al enfoque del ecofeminismo y el de mujeres y medio ambiente8 . “Desde esta corriente se considera a la construcción de género como uno de los agentes intermediadores de las relaciones entre las mujeres y los varones con el medio ambiente. A partir del concepto de género se produce un profundo cambio en la delimitación del objeto, ya no se habla sólo de las mujeres sino de las relaciones sociales que éstas establecen y del sistema de poder en el que están insertas"

Desde el enfoque de género y medio ambiente se postula que “más allá de la ‘incorporación’ de las mujeres en las políticas ambientales, es necesario repensar las acciones para la construcción de la sustentabilidad desde una óptica que reconozca las diferencias de género”

Factores que mediatizan y definen el uso diferenciado de los recursos naturales

El género es un factor fundamental en el análisis de los cambios ambientales y en las propuestas de conservación, porque los enfoca desde una perspectiva más amplia. La categoría género explica el diferente uso que mujeres y hombres hacen de los recursos, a causa de los roles, actividades y responsabilidades diferenciadas que la sociedad les asigna según su sexo. Diversos factores han modificado los roles y responsabilidades de hombres y mujeres y han ampliado la inserción de estas últimas en ámbitos que le eran ajenos hasta hace relativamente poco tiempo, como la participación en la política, en la ciencia, en el arte, el mercado de trabajo, etc. No obstante estos avances, persisten las desventajas sociales de las mujeres y prevalece la desigualdad con respecto a los hombres.

El género explica y visibiliza los valores, creencias, interpretaciones y prácticas que las sociedades crean en torno a las diferencias biológicas entre las mujeres y los hombres, y analiza cómo éstas se convierten en referencia para clasificar a las personas y asignarles diferentes características, comportamientos, actividades y jerarquías según su sexo. El concepto género también se utiliza para analizar los mecanismos a través de los cuales el sistema social genera y reproduce dichas creencias y las relaciones de asimetría y desigualdad entre mujeres y hombres. El género se constituye en un principio organizador determinante de la sociedad, que ordena las relaciones sociales basándose en prácticas, usos y costumbres, símbolos y normas sobre las diferencias sexuales. El resultado es una organización social en la que mujeres y hombres tienen diferente valor y poder en los ámbitos en los que se desenvuelven, y caracterizada por relaciones de jerarquía y desigualdad.

Las formas de entender e interpretar las diferencias entre hombres y mujeres varían de una sociedad a otra y se modifican con el tiempo. El rasgo común es una desigualdad que afecta principalmente a las mujeres, por esta razón el énfasis de los estudios de género se centra en ellas.11 Sin embargo, esto no significa que el género sea sinónimo de mujer, como suele confundirse erróneamente. El concepto género se refiere a la forma en que se relacionan mujeres y hombres, y a la asimetría de poder que caracteriza a dichas relaciones.

Las relaciones diferenciadas de hombres y mujeres con la naturaleza son socialmente construidas, es decir, determinadas por la cultura y derivadas de su rol en la sociedad. Las actividades y prácticas de mujeres y hombres en el manejo de los recursos naturales, define que sus experiencias y conocimientos sobre las especies de flora y fauna y sus usos sean distintos. El género como categoría de análisis visibiliza las relaciones que las mujeres y los hombres establecen con los recursos naturales, como punto de partida para identificar los factores que reproducen tanto las inequidades como el deterioro y/o conservación de los recursos naturales en contextos específicos.

La categoría de género como metodología de trabajo

La perspectiva de género es una visión que analiza la situación y condición de mujeres y hombres y las desigualdades de género existentes en un contexto determinado, explicándolas con base en métodos y herramientas.

La división sexual del trabajo es un instrumento que muestra la participación diferenciada de mujeres y hombres en las actividades del hogar, laborales y comunitarias, impuestas socialmente y basadas en estereotipos culturales, que determinan el acceso a conocimientos, espacios, lugares y relaciones sociales.

La división sexual del trabajo aporta también información sobre la cantidad y tipo de actividades de mujeres y hombres, así como el tiempo invertido en ellas en el ámbito del hogar (trabajo reproductivo); en el mercado laboral (trabajo productivo); y en el ámbito colectivo (trabajo comunitario). En la esfera doméstica, esta herramienta permite indagar las actividades de las y los integrantes del hogar, los mecanismos de toma de decisiones, sus opciones educativas y su uso del tiempo, así como el acceso a los recursos y sus efectos en las transformaciones del ambiente. La práctica común es que la mujer sea la principal responsable, y frecuentemente la única, de las tareas domésticas, aun cuando tuviese un trabajo fuera de la casa –remunerado o no–.

La división sexual del trabajo en el hogar permite caracterizar la situación de las mujeres en la unidad doméstica y en el núcleo familiar, y evaluar las consecuencias que tiene esta división en la forma en que éstas se insertan en la sociedad, ya que lo hacen en condiciones desfavorables que restringen sus oportunidades de desarrollo personal en otros ámbitos, en particular en el espacio laboral y en actividades que les permitan la obtención de un ingreso. En el ámbito laboral, la perspectiva de género muestra que el rol exclusivamente doméstico que se suele atribuir a las mujeres y el rol de proveedor que se asigna a los hombres, determinan el lugar que ambos ocupan en el mercado de trabajo expresado en la proporción de mujeres y hombres que participan en actividades remuneradas.

La división sexual del trabajo proporciona información sobre el empleo y desempleo por sexo; la distribución de mujeres y hombres en las diferentes ramas, sectores y subsectores de la economía; el tipo de ocupación y categoría ocupacional, jornadas de trabajo, sueldos, salarios y prestaciones. Tales datos permiten conocer el grado de segregación del mercado laboral, el nivel de discriminación salarial, así como las elecciones que tienen que hacer las mujeres para conciliar la jornada laboral con el trabajo doméstico y el cuidado de sus integrantes. La participación de mujeres y hombres en el ámbito laboral constituye un tema de investigación respecto al uso de los recursos en los procesos de producción, de los patrones de consumo asociados a estos y su impacto ambiental, tanto en el ámbito urbano como en el rural.

El análisis de la división sexual del trabajo en el medio rural, aporta información sobre las actividades de hombres y mujeres y el uso de los recursos en el desarrollo de sus actividades. A través de este instrumento se ha podido constatar que las mujeres del campo realizan actividades que no se consideran productivas y, por consiguiente, no se registran como tales en los censos económicos ni en las encuestas de empleo. La persistencia de los estereotipos de género impide el registro de la forma en que las mujeres usan los recursos, preservan o depredan la biodiversidad, así como valorar y aprovechar los conocimientos que son útiles y necesarios para la sustentabilidad y la conservación.

La división sexual del trabajo visibiliza las actividades de mujeres y hombres en la esfera colectiva, sea a través de organizaciones sociales, políticas o de cualquier otro tipo, y permite conocer con detalle la naturaleza de dichas actividades, su valoración social y la esfera de influencia que involucran. La visión de las comunidades o instancias de acción colectiva como un conjunto integrado, homogéneo y representativo de todas las personas, tiende a ocultar la diversidad de la población y sus intereses y necesidades. Es común que los grupos, organizaciones o personas que tienen la capacidad y experiencia para gestionar recursos, servicios o proyectos, se les consideren como representativos de la comunidad, o bien, que la opinión de la comunidad es la que expresan sus dirigentes, generalmente hombres; sin embargo, en ambos casos, se tiende a ignorar el aporte de las mujeres.

Acceso, uso y control de los recursos. Para entender la desigualdad de género así como las relaciones que establecen mujeres y hombres con la naturaleza, es necesario analizar el acceso, uso y control de los recursos y los beneficios que se derivan de ellos. Según Velázquez “los derechos de propiedad, o la ausencia de los mismos, pueden considerarse como factores mediatizadores en las relaciones ambientales de mujeres y hombres. Las diferencias por género en el acceso a y el control sobre los recursos tienen importantes implicaciones en lo que se refiere a los incentivos y las oportunidades para realizar un manejo ambiental sustentable y por ende para la construcción de procesos sociales de sustentabilidad”.

De acuerdo con esta misma autora, la investigación sobre cuáles son los mecanismos institucionales mediante los que las personas acceden y controlan los recursos naturales, econó- micos y sociales, podría derivar en la identificación de los factores que norman las relaciones entre la sociedad y la naturaleza y cuán influidos están por el orden social de género. La identificación de estos mecanismos se realiza en la unidad doméstica, como un sistema de asignación y distribución de recursos; así como en el ámbito comunitario14 y en las instancias en las que se toman las decisiones sobre el medio ambiente. Esto significa desentrañar los “patrones institucionales mediante los cuales se asignan recursos, valor social y poder público o privado. Así, es absolutamente objetivo asegurar que las instituciones no son política ni socialmente neutrales a las diferencias de género”.15 El acceso a la toma de decisiones y al ejercicio del poder. Otro elemento que analiza la perspectiva de género son las relaciones de poder que se mantienen y reproducen a través de la organización social y la institucionalización de las relaciones jerárquicas entre mujeres y hombres. Este “orden de género” puede desentrañarse mediante el conocimiento de la situación de las mujeres en las estructuras, las reglas –formales e informales–, las prácticas que las definen y reproducen y quienes las llevan a cabo. Las relaciones de poder en la sociedad están estrechamente vinculadas con el control sobre los recursos tangibles e intangibles –por ejemplo, la tierra, los implementos de trabajo, el equipo y las herramientas, el tiempo, la educación– y sobre los beneficios –el dinero, el conocimiento, el prestigio político. De aquí la necesidad de investigar sobre la situación de las mujeres en la toma de decisiones en los espacios doméstico, laboral, comunitario; en las estructuras de poder formal y en las instancias e instituciones que instrumentan las políticas ambientales.

Fuente Instituto Nacional de las Mujeres